EL MENSAJE DEL CAMINO DE SANTIAGO
Recuerdo que cuando finalicé mi Camino de Santiago, hace unos años, me quedó la agradable sensación de que éste había sido un fiel reflejo de nuestro peregrinar por la vida. Lo vi como una experiencia, un ensayo, un abrir los ojos a la vida para ser más conscientes de nuestro tránsito por ella.
Efectivamente, también en el Camino se pasa hambre, sed, frío, cansancio enfermos durante él, experimentamos contratiempos, se vive a menudo en la incertidumbre, también se pasa miedo… A lo largo del Camino vemos cruces levantadas en lugares donde antiguos peregrinos sufrieron un infarto. Se pasa por antiguos hospitales de peregrinos con tumbas de quienes nunca llegaron a Santiago. Me viene a la mente el iniciático Juego de la Oca,al que he jugado tantas veces con mis hijos y nietos. Este juego antiquísimo es también un reflejo paralelo de la vida humana: en él tenemos momentos de fortuna, momentos de desgracia: el pozo, la cárcel y hasta la muerte. Y se mete uno en la piel del peregrino que en la antigüedad (sobre todo en la edad media, etapa tan religiosa ella), hacía el Camino por una promesa, por un compromiso para con Dios, para pedir una gracia… quién sabe. Y durante el Camino, que podía durar años, le ocurrían tantas aventuras y peripecias (cárcel, enfermedades, asalto por bandoleros, etc.) que cuando llegaba a Santiago frecuentemente ya ni se acordaba de por qué había empezado el Camino, allá en el norte de su lejana tierra europea.
Y en Santiago, al final de su larga y accidentada aventura, se encontraba con el Pórtico de la Gloria, de Maese Mateo. Había caminado hacia occidente, hacia el ocaso, hacia donde el sol moría todos los días. Era una vivencia que le traía al peregrino el recuerdo del final del otro camino, el Camino de la Vida. Si la conciencia le había remordido unos momentos antes porque había perdido el norte en no pocas ocasiones durante su peregrinar (quién sabe si había tenido que robar, trabajar como asalariado
para sobrevivir, luchar contra los bandoleros, etc.), en el atrio del templo de Santiago nadie le reprochaba nada: en el Pórtico del Cielo los apóstoles y los santos profetas dialogaban alegremente entre ellos, ninguno le reprochaba nada. Luego daba el abrazo al Apóstol, tampoco éste le reprochaba nada.
Y volvía a su tierra sabiendo que le daban una segunda oportunidad. No cabe duda de que le entrarían ganas sinceras de aprovecharla mejor y de vivir su vida con más sinceridad y profundidad que cómo lo había hecho hasta entonces.
Por eso, para mí el Camino ha sido como un Máster, ha sido un aprendizaje de alto nivel. Y por ello, no tengo necesidad de realizarlo nuevamente, lo aprendido se queda co el peregrino, muy adentro. Nadie repite cuando hace un Máster, cuando termina un carrera universitaria, si la hace para aprender algo que le hace falta, algo que necesita.
Si bien es cierto que bastantes peregrinos repiten. Me temo, si no me equivoco, que quienes repiten no han aprendido la lección. Porque se puede hacer el Máster (e Camino) por esnobismo, por aventura, por diversión, por fardar y por ligar (que de todo se encuentra uno)… Esos quizá repitan el Curso.
También se puede hacer el Camino por otras razones más serias: por una promesa para pedir una gracia divina, para agradecer a Dios un beneficio determinado… También éstos, si no aprenden el mensaje definitivo, profundo y serio del Camino, están en peligro de repetir la asignatura (antes o después tendrán que agradecer a Dios otra gracia o pedir
otra merced).
Ahora bien ¿qué es lo que hay que aprender en el Camino para no volver a repetir?
¡Buena pregunta! Pero esta pregunta tiene una sencilla respuesta: Cuando se hace el Camino en serio, sin ningún prejuicio, solo “para ver qué aprendo” o “para ver qué quiere enseñarme el Camino”, lo más probable es que el peregrino sienta profundos deseos de aprovechar mejor y de vivir la vida que le queda con más sinceridad y profundidad que cómo lo ha hecho hasta entonces. Pero también es cierto que, de una u otra forma, cuando se hace el Camino con total desprendimiento y con seriedad, cada cual encuentra en el Camino, lo que necesita o lo que le hace falta.
Recuerdo que cuando finalicé mi Camino de Santiago, hace unos años, me quedó la
agradable sensación de que éste había sido un fiel reflejo de nuestro peregrinar por la
vida. Lo vi como una experiencia, un ensayo, un abrir los ojos a la vida para ser más
conscientes de nuestro tránsito por ella.
Efectivamente, también en el Camino se pasa hambre, sed, frío, cansancio hasta el agotamiento… Uno se pierde de vez en cuando, también caemos enfermos durante él experimentamos contratiempos, se vive a menudo en la incertidumbre, también se pasa miedo… A lo largo del Camino vemos cruces levantadas en lugares donde antiguos peregrinos sufrieron un infarto. Se pasa por antiguos hospitales de peregrinos con tumbas
de quienes nunca llegaron a Santiago. Me viene a la mente el iniciático Juego de la Oca, al que he jugado tantas veces con mis hijos y nietos. Este juego antiquísimo es también un reflejo paralelo de la vida humana: en él tenemos momentos de fortuna, momentos de desgracia: el pozo, la cárcel y hasta la muerte.
Y se mete uno en la piel del peregrino que en la antigüedad (sobre todo en la eda media, etapa tan religiosa ella), hacía el Camino por una promesa, por un compromiso de gratitud para con Dios, para pedir una gracia… quién sabe. Y durante el Camino, que podía durar años, le ocurrían tantas aventuras y peripecias (cárcel, enfermedades, asalto por bandoleros, etc.) que cuando llegaba a Santiago frecuentemente ya ni se acordaba d por qué había empezado el Camino, allá en el norte de su lejana tierra europea.
Y en Santiago, al final de su larga y accidentada aventura, se encontraba con el Pórtico de la Gloria, de Maese Mateo. Había caminado hacia occidente, hacia el ocaso, hacia donde el sol moría todos los días. Era una vivencia que le traía al peregrino el recuerdo del final del otro camino, el Camino de la Vida. Si la conciencia le había remordido unos momentos antes porque había perdido el norte en no pocas ocasiones durante su peregrinar (quién sabe si había tenido que robar, trabajar como asalariado
para sobrevivir, luchar contra los bandoleros, etc.), en el atrio del templo de Santiag nadie le reprochaba nada: en el Pórtico del Cielo los apóstoles y los santos profeta dialogaban alegremente entre ellos, ninguno le reprochaba nada. Luego daba el abrazo al Apóstol, tampoco éste le reprochaba nada.
Y volvía a su tierra sabiendo que le daban una segunda oportunidad. No cabe duda de que le entrarían ganas sinceras de aprovecharla mejor y de vivir su vida con má sinceridad y profundidad que cómo lo había hecho hasta entonces.
Por eso, para mí el Camino ha sido como un Máster, ha sido un aprendizaje de alto nivel. Y por ello, no tengo necesidad de realizarlo nuevamente, lo aprendido se queda con el peregrino, muy adentro. Nadie repite cuando hace un Máster, cuando termina un carrera universitaria, si la hace para aprender algo que le hace falta, algo que necesita.
Si bien es cierto que bastantes peregrinos repiten. Me temo, si no me equivoco, que quienes repiten no han aprendido la lección. Porque se puede hacer el Máster (el Camino) por esnobismo, por aventura, por diversión, por fardar y por ligar (que de todo se
encuentra uno)… Esos quizá repitan el Curso.
También se puede hacer el Camino por otras razones más serias: por una promesa para pedir una gracia divina, para agradecer a Dios un beneficio determinado… También éstos, si no aprenden el mensaje definitivo, profundo y serio del Camino, están en peligro de repetir la asignatura (antes o después tendrán que agradecer a Dios otra gracia o pedir
otra merced).
Ahora bien ¿qué es lo que hay que aprender en el Camino para no volver a repetir?
¡Buena pregunta! Pero esta pregunta tiene una sencilla respuesta: Cuando se hace el Camino en serio, sin ningún prejuicio, solo “para ver qué aprendo” o “para ver qué quiere
enseñarme el Camino”, lo más probable es que el peregrino sienta profundos deseos de
aprovechar mejor y de vivir la vida que le queda con más sinceridad y profundidad que cómo lo ha hecho hasta entonces. Pero también es cierto que, de una u otra forma, cuando se hace el Camino con total desprendimiento y con seriedad, cada cual encuentra en el Camino, lo que necesita o lo que le hace falta conscientes de nuestro tránsito por ella.
Efectivamente, también en el Camino se pasa hambre, sed, frío, cansancio hasta el agotamiento… Uno se pierde de vez en cuando, también caemos enfermos durante él, experimentamos contratiempos, se vive a menudo en la incertidumbre, también se pasa miedo… A lo largo del Camino vemos cruces levantadas en lugares donde antiguos peregrinos sufrieron un infarto. Se pasa por antiguos hospitales de peregrinos con tumbas de quienes nunca llegaron a Santiago. Me viene a la mente el iniciático Juego de la Oca, al que he jugado tantas veces con mis hijos y nietos. Este juego antiquísimo es también un reflejo paralelo de la vida humana: en él tenemos momentos de fortuna, momentos desgracia: el pozo, la cárcel y hasta la muerte.
Y se mete uno en la piel del peregrino que en la antigüedad (sobre todo en la edad media, etapa tan religiosa ella), hacía el Camino por una promesa, por un compromiso de gratitud para con Dios, para pedir una gracia… quién sabe. Y durante el Camino, que podía durar años, le ocurrían tantas aventuras y peripecias (cárcel, enfermedades, asalt por bandoleros, etc.) que cuando llegaba a Santiago frecuentemente ya ni se acordaba de
por qué había empezado el Camino, allá en el norte de su lejana tierra europea.
Y en Santiago, al final de su larga y accidentada aventura, se encontraba con el Pórtico de la Gloria, de Maese Mateo. Había caminado hacia occidente, hacia el ocaso, hacia donde el sol moría todos los días. Era una vivencia que le traía al peregrino el recuerdo del final del otro camino, el Camino de la Vida. Si la conciencia le había remordido unos momentos antes porque había perdido el norte en no pocas ocasiones durante su peregrinar (quién sabe si había tenido que robar, trabajar como asalariado
para sobrevivir, luchar contra los bandoleros, etc.), en el atrio del templo de Santiago
nadie le reprochaba nada: en el Pórtico del Cielo los apóstoles y los santos profetas dialogaban alegremente entre ellos, ninguno le reprochaba nada. Luego daba el abrazo al Apóstol, tampoco éste le reprochaba nada.
Y volvía a su tierra sabiendo que le daban una segunda oportunidad. No cabe duda de que le entrarían ganas sinceras de aprovecharla mejor y de vivir su vida con más sinceridad y profundidad que cómo lo había hecho hasta entonces.
Por eso, para mí el Camino ha sido como un Máster, ha sido un aprendizaje de alto nivel. Y por ello, no tengo necesidad de realizarlo nuevamente, lo aprendido se queda con el peregrino, muy adentro. Nadie repite cuando hace un Máster, cuando termina una carrera universitaria, si la hace para aprender algo que le hace falta, algo que necesita.
Si bien es cierto que bastantes peregrinos repiten. Me temo, si no me equivoco, que quienes repiten no han aprendido la lección. Porque se puede hacer el Máster (el Camino) por esnobismo, por aventura, por diversión, por fardar y por ligar (que de todo se encuentra uno)… Esos quizá repitan el Curso.
También se puede hacer el Camino por otras razones más serias: por una promesa, para pedir una gracia divina, para agradecer a Dios un beneficio determinado… También éstos, si no aprenden el mensaje definitivo, profundo y serio del Camino, están en peligro de repetir la asignatura (antes o después tendrán que agradecer a Dios otra gracia o pedir otra merced).
Ahora bien ¿qué es lo que hay que aprender en el Camino para no volver a repetir?
¡Buena pregunta! Pero esta pregunta tiene una sencilla respuesta: Cuando se hace el Camino en serio, sin ningún prejuicio, solo “para ver qué aprendo” o “para ver qué quiere enseñarme el Camino”, lo más probable es que el peregrino sienta profundos deseos de aprovechar mejor y de vivir la vida que le queda con más sinceridad y profundidad que cómo lo ha hecho hasta entonces. Pero también es cierto que, de una u otra forma, cuando se hace el Camino con total desprendimiento y con seriedad, cada cual
encuentra en el Camino, lo que necesita o lo que le hace falta.
18 agosto 2019 ANGEL SAIZ
NUNCA hice el CAMINO. pERO CADA VEZ ESTOY MAS RODEADO DE GENTE QUE LO HA HECHO O AL MENOS SE HA PROMETIDO Y PROPUESTO HACERLO.
Pero estoy convencido de que algo tiene. No en vano comulga del convencimiento de todo gallego de " no creo en las meigas, (brujas) pero haberlas haylas "
Un reguero secular de gentes caminando en alma viva tiene que dejar un aura en el camino que lo hace tan especial. Es la misma via láctea reflejada en la tierra. Y ese surco de mística y misterio, va surcando el espíritu de las almas. Es mucha la carga simbólica. Es mucho los rituales que se van descubriendo. No se puede hacer el Camino en vano.
Dices Angel que repetir es no haber aprobado, creo al contrario que haberlo PROBADO, Haberlo sabido, encontrar ese sabor y ese saber, reclama la nostalgia de volverlo a repetir.
Es la saudade gallega, la añoranza, que va calando como el "orvallo " de la lluvia fina, al fin y al final esa Galicia que describias en otro escrito tuyo, aqui en " el laberinto ".
En el fondo el camino tiene la virtud de ser un laberinto del que se sale. El Finis Terrae que se abre al cielo.
J,aime